dilluns, 28 de setembre del 2015

L'aplaudiment més llarg


A tots ens agrada que ens reconeguin la feina que realitzem. És un element de motivació clau que serveix de motor per continuar fent bé les coses. Necessitem un aplaudiment metafòric imprescindible a la nostra vida quotidiana i també a l’àmbit laboral, i aquest reconeixement no cal que vingui de dalt sinó també entre els iguals. No us sembla? Vull compartir amb vosaltres un bonic i emocionant relat que es titula El aplauso más largo i extret del llibre La química de las relaciones de Ferràn Ramon-Cortés.


 “Félix se había preparado intensamente para el curso. Por la presión del cliente, que, queriendo controlarlo todo, había hecho que se entrevistara con diferentes directivos para explicarles el proyecto, y por sus propias ganas de hacer un excelente trabajo.

Desde la semana anterior repasaba diapositiva por diapositiva las presentaciones, calculaba con minuciosidad los tiempos de los ejercicios e iba anotando todo tipo de comentarios que podrían ayudarlo a conducir mejor la sesión.

Y llegó el día del curso. En una magnífica sala de un monasterio cuidadosamente restaurado, cuarenta y cinco altos directivos de una empresa esperaban expectantes su intervención.

Félix arriesgó en aquel curso. Era un grupo de directivos de alto nivel y no podía quedarse en algunos conceptos superficiales. Les propuso ejercicios que los hacían ir más allá de su zona de confort. Abrió el diálogo, la controversia, y los hizo trabajar con intensidad. Minuto a minuto, hora a hora, dio toda su energía para que el curso fuera un éxito.

Al final de la jornada, un agotado Félix cerró la sesión:
-Si no tenéis más preguntas, esto ha sido todo por hoy. Muchas gracias por vuestra entusiasta participación.
Un sonoro aplauso llenó la sala. Un aplauso intenso, lleno de energía. Un aplauso que sonaba distinto, interminable, que no cesaba… Como en los grandes conciertos, aquellos cuarenta y cinco directivos le dedicaron  a Félix un verdadero aplauso de gala.

Félix lo recibió con ilusión al inicio, e incluso se sonrojó al ver cuánto se prolongaba. Pero los directivos seguían aplaudiendo con entusiasmo. 
No fueron necesarios más palabras ni más comentarios. Nadie sintió la necesidad de añadir nada a su término. Aquel prolongado aplauso fue, para aquel grupo de directivos, su particular manera de agradecerle a Félix su trabajo.

El reconocimiento explícito, mediante palabras, puede fácilmente acabar resultando empalagoso. “No podemos anclar todo el santo día diciéndole a la gente lo bien que lo hace”, me replicaba un ejecutivo al que quería convencer de las bondades del reconocimiento. Y tenía razón. Acabaría banalizándole y perdiendo todo su valor. Pero esto no significa que debamos renunciar a ello.

Un reconocimiento verbal mal expresado puede dejar de ser un peso positivo en la balanza emocional para convertirse incluso en un peligroso peso negativo. Porque hay palabras que, según en boca de quién y en qué momento se pronuncien, suenan inevitablemente falsas. Hay gente que ha logrado disciplinarse en proporcionar constante reconocimiento a los demás, pero se nota que no lo sienten. Los delata la fórmula utilizada y/o el tono en que lo hacen, y acaba por ser un reconocimiento de puro “manual de management”.

En cambio, hay gestos o actos que resultan inequívocos, que hablan mucho más alto y más claro que las palabras. Gestos y detalles que llegan al corazón, que se perciben auténticos porque realmente lo son, y que constituyen memorables reconocimientos que se transforman en verdadero oro en la balanza.


Félix aún relata el episodio descrito tres años después de que sucediera. Ha impartido muchos más cursos, ha recibido excelentes evaluaciones formales por escrito, y, sin embargo, cuando le preguntan, todavía habla de aquel largo aplauso”.


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