Volem ser
perfeccionistes en tot i això no és possible! Hem de ser conscients. Ens costa molt assumir aquest fet. Ens passa a la feina i en la nostra vida quotidiana.
Per posar un exemple, ens passa també amb els nostres fills. Volem arribar a
l'excel·lència amb ells, però hem de saber també que som "personetes"
que cometem errors. Us deixo un article que m'ha semblat interessant que es
publicó al blog Princesas y princesos i titulat Yo
grito a mis hijos.
Yo, a veces, grito
a mis hijos.
Soy madre, mujer, y
defiendo la crianza respetuosa, y el apego, y amo a mis hijos por encima de
todas las cosas.
A veces me enfado
con ellos.
Y grito. A veces.
Y pierdo los
nervios. A veces
Y después me
arrepiento. Siempre.
¿Y por qué me
confieso hoy? Porque estoy cansada del postureo. Todos queremos ser madres y
padres maravillosos, pero de vez en cuando perdemos los nervios, el cansancio,
el estrés, la falta de tiempo…
En otros casos el
exceso de tiempo, las vacaciones, 24 horas sobre 24 con un niño puede resultar
agotador si tenemos un mal día.
Lapidadme si
queréis. Pero no creo que sea la única.
YO, A VECES, ME
ENFADO Y GRITO A MIS HIJOS.
Alguien mas en la
sala que confiese? No, no voy a juzgar, nadie debiera hacerlo, aunque por estos
lares es lo fácil, porque la realidad queda escondida entre las paredes de un
hogar, y en la red todos exponemos la cara brillante.
La sonrisa
radiante, la foto de familia feliz.
Es entre nuestras
cuatro paredes, donde a lo largo del tiempo también hay episodios que no
queremos reflejar en las fotos, que no queremos que nadie vea, pero existen.
Son una realidad.
A veces alguna
situación me supera, pierdo los nervios y la compostura y grito.
Y no, no es culpa
de ellos. Es mía, perder el control. Soy humana.
O por que creéis
que hay diez tipos distintos de cursos y talleres para educar sin gritar, para
aprender a empatizar con los hijos, para educar sin castigar? Libros? Webs?
Recursos online?
Porque hacen falta.
O creías que sólo te ocurre a ti?
Porque nos hace
falta de vez en cuando un empujón.
Porque el mundo
está más allá de esas imágenes preciosas donde las familias son maravillosas y
como en las series americanas de los ’80 cuando los adolescentes la cagaban se
autocastigaban en su cuarto o sin salir.
No. La vida real es
otra.
Donde perseguimos
los valores en los que queremos educar pero no siempre lo conseguimos.
Donde la maternidad
es un juego de acierto-error-acierto-error, y donde los resultados de nuestros
ensayos no se verán hasta dentro de años.
Soy mala madre?
Creo que no. Aunque a veces grite, soy mala madre cuando lo hago? No.
Rotundamente.
Creo que soy
humana, y pretendo educar a mis hijos en un mundo donde sus opiniones y
sentimientos sean escuchados.
Yo también necesito
que se escuche mi enfado.
No puedo suspirar y
hacer como que no me molesta un comportamiento o una actitud o una acción,
necesito expresarlo, soltar mi lastre, aunque después me arrepienta y les pida
disculpas.
Como sus rabietas.
Funcionan igual, se ciegan, se enfadan, explotan, y cuando todo se calma
descubren que no era para tanto.
Y mediante sus
actos, tal vez con una sonrisa, se disculpan por el arrebato.
A mi me pasa igual.
Pero soy adulta,
así que no puedo tirarme al suelo y patalear, pero cuando no puedo mas, cuando
las palabras no bastan, cuando intento hacerme entender, o que me escuchen o
que colaboren, y una y otra vez no funciona, a veces me quedo sin herramientas
y exploto.
No me gusta. Pero
es la realidad.
¿Cuántas veces habéis
discutido con vuestra pareja? ¿Con un familiar? ¿Nunca habéis elevado la
voz? ¿Erráis cuando lo hacéis? Sí. ¿Pero lo necesitáis a veces?
Soy consciente de
que los gritos dañan.
No hablo de herir,
ni insultar, hablo del enojo que te supera. De ese grito.
Me considero una
buena persona, y quiero que mis hijos lo sean, también cuando sientan rabia,
dolor, vergüenza, frustración, miedo…
Y quiero que
aprendan a manejar sus emociones desde la honestidad, desde el
autoconocimiento.
Yo aún estoy
aprendiendo a hacerlo.
No creo que educar
signifique contener todas esas emociones que nos ahogan, rabia, miedo,
vergüenza, frustración, dolor…
No se puede educar
emocionalmente en un mundo de fábula donde no existan las emociones que no nos
gustan.
No podemos silenciar
que somos personas, que nos enfadamos, que nos duelen las acciones de los
demás, que sentimos frustración o cólera.
Que nos enfurecemos
y nos irritamos.
Sin todas esas
emociones no tienen sentido las otras, las que intentamos hacer fuertes, el
amor, la alegría, la esperanza, el agradecimiento, la serenidad…
No tienen sentido
sin las negativas, no se entienden por si mismas sin conocer las otras.
Cuando te sumerges
en el mundo de la crianza respetuosa todo son días de vino y rosas, y sí, es
así, pero la mayoría de estas opiniones y de estas páginas tan bonitas llenas
de hermosas palabras están escritas por los conocimientos vivenciales de madres
de bebes.
Me explico: con un
bebe de meses difícilmente te vas a enfadar o a sentir ira.
Puedes estar
cansada, sobrepasada por las circunstancias, falta de sueño, etc., pero no hay
emociones negativas habitualmente (Ojo no hablo de procesos como depresiones,
etc.)
La cosa cambia
según los niños van creciendo.
Han de crecer con
ellos los kilos de paciencia, no es lo mismo un bebe, al que enseñar a no
golpear los cristales, que un niño al que por enésima vez le digamos no los
golpees, que a un adolescente enfurruñado que golpee por frustración.
No es lo mismo un bebe
al que le explicas que si se lleva el vaso de la mesa lo puede tirar que el
niño al que se lo han explicado veinte veces y sigue llevándoselo.
A veces esa
paciencia se agota y se agotan nuestros recursos y olvidamos que simplemente
son niños, que deben aprender a su paso, y nosotros con ellos.
Olvidamos que
necesitan muchas veces que les repitan las cosas, olvidamos que su comprensión
causa-efecto no es la misma que la nuestra, y que en muchas ocasiones es
necesario conocerlo de primera mano para aprender.
Pero no pretendo
justificarme.
Cuando me enfado y
pierdo los nervios la responsabilidad de mis gritos es solo mía, pero la
responsabilidad del enfado es de ambos, sí, ellos también tienen
responsabilidad, y conociendo mi enfado aprenden también a relacionarse, a
conocer el abanico de emociones humanas, a tener su lugar en nuestra familia,
aprenden que sus actos tienen consecuencias cuando no tienen en cuenta las
emociones ajenas.
Y aprenden a
expresarse en libertad, a hablar de lo que sentimos en cada momento.
A sociabilizarse.
Aprenden que como
madre también me equivoco, que como madre soy capaz de pedirles disculpas por
mis errores, aprenden a perdonarme y amarme y a perdonarse a si mismos cuando
sean ellos quienes se equivoquen.
Aprenden a dejar
libres sus emociones y a ser generosos con el perdón.
Y lo más
importante, aprenden que el amor es incondicional.
Ocurra lo que
ocurra nuestro amor es una fortaleza a prueba de todo.
Porque pese a todo,
jamás osaríamos infringir heridas, mas allá de alzar una voz.
Sí, yo a veces
grito a mis hijos, y me seguiré esforzando por no hacerlo, pero mientras tanto,
si a vosotros también os pasa, no os sintáis unas malas personas, unos malos padres,
ni os castiguéis por ello, simplemente aprended de vuestros errores porque
hasta con ellos estáis educando.
Y recordad, los
cuentos de hadas no existen, al menos fuera de Disney.
Las familias
reales, tienen emociones reales.
Todos somos
humanos, y hasta quienes admiramos para aprender a ser quienes son, antes
tuvieron que conocer el otro lado.
Yo grito a mis
hijos, a veces.
A veces me enfado
con ellos.
Y grito. A veces.
Y pierdo los
nervios. A veces
Y después me
arrepiento. Siempre.
Y nos pedimos
disculpas por nuestros errores como las personas que somos.
Y superamos las
pequeñas crisis con entendimiento y amor.
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