Ha arribat
l'estiu amb molta força, i això significa per molts anar-se'n de vacances. És
el que faré en els pròxims dies pel que deixarem el bloc fins al setembre. No
em vull acomiadar sense desitjar-vos molta sort, encara que ara que penso no sé
si és un bon desig. En moltes ocasions lliguem el nostre futur a la sort i em
pensó que ens equivoquem. Crec que l'interessant és viure la vida amb
intensitat sense caure en aquesta temptació de pensar quan tens un problema
això de "que mala sort tinc" o a l'inrevés. Un problema pot ser si
així s'ho planteja un una gran oportunitat i per altra banda, el "tenir
bona sort" pot ser en un moment donat un malson segons el teu
plantejament. Comparteixo amb vosaltres un conte per a la reflexió.
“Una historia
china habla de un anciano labrador, viudo y muy pobre, que vivía en una aldea,
también muy necesitada.
Un cálido día de
verano, un precioso caballo salvaje, joven y fuerte, descendió de los prados de
las montañas a buscar comida y bebida en la aldea. Ese verano, de intenso sol y
escaso de lluvias, había quemado los pastos y apenas quedaba gota en los
arroyos. De modo que el caballo buscaba desesperado la comida y bebida con las
que sobrevivir.
Quiso el destino
que el animal fuera a parar al establo del anciano labrador, donde encontró la
comida y la bebida deseadas. El hijo del anciano, al oír el ruido de los cascos
del caballo en el establo, y al constatar que un magnífico ejemplar había
entrado en su propiedad, decidió poner la madera en la puerta de la cuadra para
impedir su salida.
La noticia
corrió a toda velocidad por la aldea y los vecinos fueron a felicitar al
anciano labrador y a su hijo. Era una gran suerte que ese bello y joven rocín
salvaje fuera a parar a su establo. Era en verdad un animal que costaría mucho
dinero si tuviera que ser comprado. Pero ahí estaba, en el establo, saciando
tranquilamente su hambre y sed.
Cuando los
vecinos del anciano labrador se acercaron para felicitarle por tal regalo
inesperado de la vida, el labrador les replicó: “¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¡Quién sabe!”. Y no entendieron…
Pero sucedió
que, al dia siguiente, el caballo ya saciado, al ser ágil y fuerte como pocos,
logró saltar la valla de un brinco y regresó a las montañas. Cuando los vecinos
del anciano labrador se acercaron para condolerse con él y lamentar su
desgracia, éste les replicó: “¿Mala
suerte? ¿Buena suerte? ¡Quién sabe!”. Y volvieron a no entender…
Una semana
después, el joven y fuerte caballo regresó de las montañas trayendo consigo una
caballada inmensa y llevándoles, uno a uno, a ese establo donde sabía que
encontraría alimento y agua para todos los suyos. Hembras jóvenes en edad de
procrear, potros de todos los colores, más de cuarenta ejemplares seguían al
corcel que una semana antes había saciado su sed y apetito en el establo del
anciano labrador. ¡Los vecinos no lo podían creer! De repente, el anciano
labrador se volvía rico de la manera más inesperada. Su patrimonio crecía
por fruto de un azar generoso con él y su familia. Entonces los vecinos
felicitaron al labrador por su extraordinaria buena suerte. Pero éste, de nuevo
les respondió: “¿Buena suerte? ¿Mala
suerte? ¡Quién sabe!”. Y los vecinos, ahora sí, pensaron que el anciano no
estaba bien de la cabeza. Era indudable que tener, de repente y por azar, más
de cuarenta caballos en el establo de casa sin pagar un céntimo por ellos, solo
podía ser buena suerte.
Pero al día
siguiente, el hijo del labrador intentó domar precisamente al guía de todos los
caballos salvajes, aquél que había llegado la primera vez, huido al día
siguiente, y llevado de nuevo a toda su parada hacia el establo. Si le domaba,
ninguna yegua ni potro escaparían del establo. Teniendo al jefe de la manada
bajo control, no había riesgo de pérdida. Pero ese corcel no se andaba con
chiquitas, y cuando el joven lo montó para dominarlo, el animal se encabritó y
lo pateó, haciendo que cayera al suelo y recibiera tantas patadas que el resultado
fue la rotura de huesos de brazos, manos, pies y piernas del muchacho.
Naturalmente, todo el mundo consideró aquello como una verdadera desgracia. No
así el labrador, quien se limitó a decir: “¿Mala
suerte? ¿Buena suerte? ¡Quién sabe!”. A lo que los vecinos ya no supieron
qué responder.
Y es que, unas
semanas más tarde, el ejército entró en el poblado y fueron reclutados todos
los jóvenes que se encontraban en buenas condiciones. Pero cuando vieron al
hijo del labrador en tan mal estado, le dejaron tranquilo, y siguieron su
camino. Los vecinos que quedaron en la aldea, padres y abuelos de decenas de
jóvenes que partieron ese mismo día a la guerra, fueron a ver al anciano
labrador y a su hijo, y a expresarles la enorme buena suerte que había tenido el
joven al no tener que partir hacia una guerra que, con mucha probabilidad,
acabaría con la vida de muchos de sus amigos. A lo que el longevo sabio
respondió: “¿Buena suerte? ¿Mala suerte?
¡Quién sabe!”.
Extraído del
libro “Sadhana, un camino de oración“, de Anthony de Mello
Rebeu una abraçada i fins setembre!!!
Ho llegeixo de tornada de vacances però dir-te que m'encanta aquesta història! Ja l'havia escoltat però sempre et fa pensar...
ResponEliminaBon estiu Carlos!