Moltes vegades quan hem
tingut un comportament determinat que no ens ha agradat, ens diem allò de
"no acabo d'entendre per que ho he fet d'aquesta manera". Penso que
és bo saber l'origen del perquè actuem d'una manera en concret i no d'un altre
en moltes situacions. Comparteixo un article de Jenny Moix titulat El nostre cavernícola interior,
publicat a El País fa unes setmanes. Jenny
Moix es professora titular de Psicologia a la UAB, i també col ·
laboradora al programa L'Ofici
de viure a Catalunya Ràdio,
així com en el diari El País o l'heu pogut veure també en diferents programes
de televisió parlant de la seva passió: la psicologia. Ja us avanço que tindrem
el plaer de veure-la properament en una conferència que donarà a l'Ajuntament
de Sant Boi per a tots nosaltres i que portarà per títol La
influència dels teus pensaments. Jo no m'ho
perdria !!!
"Cuando Lucy murió con 20 años, sus hijos y su familia no celebraron funeral ni le dieron sepultura. No es que no sintieran nada por ella, de hecho Lucy tampoco hubiera practicado ningún tipo de ceremonia funeraria en caso de que alguien de su familia hubiese fallecido. Y es que Lucy fue una Australopithecus que vivió hace 3,2 millones de años en la sabana africana. Todos los humanos estamos emparentados con ella, o bien somos descendientes directos o bien lo somos de alguno de sus pocos congéneres. Lucy es Eva. Si la viéramos a través de unos prismáticos que atravesaran los siglos, podríamos percatarnos de que se parecía más a un chimpancé que a un humano. ¿Qué característica crucial posee Lucy que la diferencia de los primates anteriores para que la consideremos el primer escalón hacia el sapiens? Ella y los suyos fueron los primeros que se pusieron de pie. Dejaron libres las dos extremidades que ahora nos permiten sostener el periódico o teclear el ordenador. No lo hicieron por esto, claro: se levantaron para, con sus manos libres, poder recolectar alimentos. Además, tener la cabeza más alta les posibilitaba ver más allá y detectar posibles depredadores.
"Cuando Lucy murió con 20 años, sus hijos y su familia no celebraron funeral ni le dieron sepultura. No es que no sintieran nada por ella, de hecho Lucy tampoco hubiera practicado ningún tipo de ceremonia funeraria en caso de que alguien de su familia hubiese fallecido. Y es que Lucy fue una Australopithecus que vivió hace 3,2 millones de años en la sabana africana. Todos los humanos estamos emparentados con ella, o bien somos descendientes directos o bien lo somos de alguno de sus pocos congéneres. Lucy es Eva. Si la viéramos a través de unos prismáticos que atravesaran los siglos, podríamos percatarnos de que se parecía más a un chimpancé que a un humano. ¿Qué característica crucial posee Lucy que la diferencia de los primates anteriores para que la consideremos el primer escalón hacia el sapiens? Ella y los suyos fueron los primeros que se pusieron de pie. Dejaron libres las dos extremidades que ahora nos permiten sostener el periódico o teclear el ordenador. No lo hicieron por esto, claro: se levantaron para, con sus manos libres, poder recolectar alimentos. Además, tener la cabeza más alta les posibilitaba ver más allá y detectar posibles depredadores.
Para explicar nuestro bipedismo tenemos que
viajar millones de años atrás, y sin embargo no acudimos a ese pasado a la hora
de intentar comprender nuestros miedos, nuestras motivaciones, nuestras neuras.
Pensamos en todo ello sin perspectiva, cayendo en argumentos incompletos y
ridículos. Sí que tenemos integrado que a veces la explicación de nuestros
traumas, nuestras manías o formas de comportarnos se encuentra en la infancia.
Y gracias a los conocimientos de genética y epigenética, cada vez somos más
conscientes de cómo nos pueden influir nuestros padres, abuelos, bisabuelos…
Pues bien, todavía nos quedamos cortos, si quisiéramos ampliar la comprensión
de nosotros mismos, deberíamos tirar de un hilo de millones de años y llegar
hasta Lucy.
El sociólogo, primatólogo y antropólogo
Pablo Herreros asevera: “En un estadio de fútbol detectamos patrones de
comportamiento cuyo origen hunde sus raíces en nuestro pasado tribal”. Esta
afirmación representa sólo la orilla de la idea. Cuando nuestro equipo pierde y
nos comportamos como “energúmenos”, la culpa puede ser de nuestro cavernícola
interior, pero no sólo en ese momento, sino que nuestra condición de primates
siempre está presente. Inclusive cuando estamos ante el ordenador. Somos
cromañones informáticos. Si ponemos ojos de zoólogos y analizamos las
actuaciones de los sapiens en las redes sociales, podemos encontrar: rituales
de galanteo, ataque, caza de alimentación (trabajo), demostraciones de poder,
territorialidad… En el fondo del fondo, la esencia es la misma, sólo cambia el
traje.
Ese tirar para atrás es un viaje al centro
del cerebro. El encéfalo es como los anillos del tronco de un árbol, que va
creciendo con los años. La evolución es una especie de apilamiento de estratos.
En concreto, de tres. A cada uno de ellos se le considera “un cerebro” porque
posee su propia inteligencia, su propio sentido del tiempo y espacio, y su
propia memoria. El más profundo, el que está en el centro, se denomina “cerebro
reptiliano”. No piensa, ni tiene emociones, actúa por reflejos y homeostasis.
Lo envuelve el cerebro límbico responsable de las emociones. Y en la
superficie, el neocórtex, el que nos caracteriza como sapiens, el que se
encarga de nuestro pensar. Aunque los humanos vamos muy de intelectuales, no
sólo empleamos el neocórtex, utilizamos los tres cerebros constantemente. Por
debajo de nuestra intelectualidad, está Lucy manejando los controles, y si
vamos profundizando nos encontramos otros mamíferos y reptiles al mando.
Desmond Morris, zoólogo y autor de El
mono desnudo, inicia su libro concienciándonos de la importancia de bucear más
allá de los motivos “racionales” que empleamos para explicarnos: “Hay ciento
noventa y tres especies vivientes de simios y monos. Ciento noventa y dos de
ellas están cubiertas de pelo. La excepción la constituye un mono desnudo que
se ha puesto a sí mismo el nombre de Homo sapiens. Esta rara y floreciente
especie pasa una gran parte de su tiempo estudiando sus más altas motivaciones,
y una cantidad de tiempo igual ignorando a conciencia las fundamentales”.
Entramos en una moderna perfumería y
compramos una colonia para regalar a nuestro marido. Parece que nuestra
cavernícola interior no ha tenido nada que ver con la elección del perfume,
pero en realidad sí. Dado que hemos visto en diferentes ocasiones un anuncio de
esta marca podríamos deducir, en un análisis superficial, que hemos actuado motivados
por el marketing. Y en parte así es, pero resulta que en esa publicidad en
concreto el protagonista es un hombre musculoso que sostiene en brazos a un
tierno bebé. Los publicistas conocen muy bien a nuestro cromañón particular y
se dirigen a él directamente. Los estudios demuestran que una de las imágenes
que más nos dilatan las pupilas a las mujeres son las de hombres fornidos
abrazando tiernas criaturas. Nos chiflan. La cromañón que fuimos buscaba a
hombres capaces de proteger a sus crías y de esta forma asegurar la continuidad
de sus genes. Y todavía se nos siguen dilatando las pupilas cuando vemos
ejemplares así. En lo más profundo de nuestro inconsciente lo que pretendíamos
al comprar el perfume es nuestra continuidad genética.
El
cavernícola que llevamos dentro nos puede explicar mucho más de lo que
pensamos. Por ejemplo, solamente recurriendo a él podemos entender los datos de
un estudio publicado en la revista The Economic Record que revela que
los hombres más altos suelen ganar más dinero que sus compañeros de corta
estatura. La altura está relacionada con la fuerza pero no con la inteligencia.
La fuerza es una gran cualidad para sobrevivir en la selva, pero no debería
serlo en la oficina. Sin embargo, nos queda todavía una inercia evolutiva que
nos hace valorar en mayor medida a los más altos.
Entre Lucy y los Beatles existe un vínculo
muy especial. Y es que a estaAustralopithecus la bautizaron con este
nombre porque, al día siguiente de hallar sus restos fósiles, el equipo de
investigación estaba escuchandoLucy in the sky with diamonds. A Lucy no le
hubiera gustado esta canción, porque de hecho los Australopithecus no
conocían la música. Parece ser que esta afición es nuestra, de los sapiens,
aunque sus orígenes más rudimentarios se remontan más allá. En los grupos
sociales más simples la aparición de la música representó un papel semejante a
los gritos de los chimpancés, o sea, actuaba de sincronizador y excitador
colectivo. Eso explica que las discotecas estén tan llenas de primates… humanos.
“Yo creo que
existe, y lo siento dentro de mí, un instinto de la verdad o el
conocimiento o el descubrimiento” Charles Darwin
“¡Animal!” es un insulto que se dice cuando
alguien comete una “salvajada”. Este adjetivo también podríamos emplearlo
cuando queremos ensalzar el comportamiento de los cooperantes. Esas personas
que dedican su vida a los demás. El altruismo también es antiguo, primitivo,
animal. Algunos cráneos fósiles de homínidos arcaicos muestran que en los
últimos años de su vida vivieron sin dientes. Sobrevivieron porque otros les
masticaban la comida.
Si clavamos la mirada en esas oscuras
pupilas que nos miran desde el espejo, podremos notar cómo
ese Australopithecus que llevamos dentro también nos contempla.
Posiblemente atónito por el lío emocional que nos caracteriza. Él podría ayudar
a desliarnos haciéndonos más comprensibles sentimientos y comportamientos que
nos parecen absurdos. Y dándonos pistas de cómo nos podemos sentir más cómodos.
Quitarnos o aflojarnos la faja de los convencionalismos sociales seguro que
sería uno de sus primeros consejos. Establecer un estrecho vínculo con ese
ancestro-maestro no es difícil: no se encuentra a millones de años de
distancia, sino que lo llevamos dentro. Se comunica con nosotros a través del
cuerpo. Así que sólo es cuestión de estar atentos a nuestra biología."
I tu, com portes el teu cavernícola interior?
Ja sabeu, podeu dir la vostra!!!!
Us desitjo que tingueu molt bona setmana!!!
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