Tots i totes volem ser feliços!!! però molts es passen la vida queixant-se per la vida que toca viure. No ens conformem amb el que tenim, i per això externalitzem les culpes en els demés. Qué us sembla si enlloc d'externalitzar responsabilitats, i en el cas de voler "algo més del que tenim", posem tots els recursos que tenim i fem allò que sembla impossible...realitat?
Us deixo amb un article de Francesc Miralles publicat al diari El país ja fa un temps i que parla sobre el tema en Aceptar las cosas como son.
"Una de las fuentes de sufrimiento más
comunes en el ser humano es el deseo de que las cosas sean distintas a como
realmente son. Cuando un país pasa por una grave crisis, la población mira
atrás y desea que todo fuera como antes, un antes que en su momento no se
valoraba porque parecía aburrido o bien había otras aspiraciones.
Lo mismo sucede con las relaciones
interpersonales. Quien tiene por pareja a alguien silencioso desearía un carácter
dicharachero, y este último pondrá de los nervios a quien convive con él un día
tras otro. ¿Por qué anhelamos siempre lo que no tenemos?
Nuestra forma de vida está tan basada en
el cambio y el progreso, que a menudo valoramos negativamente la estabilidad
sin saber cuál sería la alternativa.
La insatisfacción es lo que permite el
progreso de la ciencia, las artes y todo lo que tiene que ver con la sociedad,
pero cuando se vuelve crónica en nuestro día a día deja de ser un estímulo para
teñir de negatividad nuestra vida.
Hay personas que, instalados en la queja y
la amargura, molestan a los demás –y a sí mismos– de forma totalmente estéril
porque de nada sirve señalar lo que no funciona sin ofrecer soluciones.
Madame Bovary dio nombre a lo que el
filósofo Jules de Gaultier denominaría “bovarismo”. Se trata de un estado de
insatisfacción permanente a causa del desnivel entre las propias ilusiones y la
realidad. Sin abogar tampoco por el conformismo, si nuestras aspiraciones se
hallan siempre a gran distancia de lo que tenemos, jamás alcanzaremos la
serenidad. Como el burro que persigue la zanahoria, podemos pasar la vida
entera esperando “algo mejor” para descubrir al final que ya lo teníamos y no
habíamos sabido verlo.
Los manuales de psicología han puesto de
moda el verbo procrastinar, que significa postergar aquello que deberíamos
hacer hoy. Un aplazamiento que también se produce en un nivel existencial.
Muchas personas postergan la felicidad hasta que cambie la situación que están
viviendo. Se convencen de que cuando encuentren un trabajo mejor o la pareja
ideal, por poner dos ejemplos, se darán permiso para disfrutar de la vida. Sin
embargo, este planteamiento tiene un fallo de origen y es que nada resulta como
esperábamos una vez que lo conseguimos.
Lo que ocurre es que muchas personas cuando
llega el momento tan largamente esperado o deseado sufren una desilusión;
entonces fijamos nuevos objetivos esperando que una vez alcanzados llegue, esta
vez sí, el premio definitivo. Sin embargo, esto no acostumbra a suceder, ya que
más que insatisfacciones existen las personas insatisfechas.
Del mismo modo que nos resulta difícil
aceptar las cosas como son, también nos cuesta aceptar a los demás, ya que su
forma de pensar y reaccionar nunca coincidirá con nuestras expectativas.
Al hacer un favor a un vecino, nos duele
si no obtenemos el mismo trato por su parte cuando lo necesitamos. En el ámbito
laboral, a menudo consideramos que los compañeros no cumplen con sus tareas, y
el jefe o la jefa es un ser inútil que está dinamitando la empresa.
“A veces debes
conocer al otro realmente bien para darte cuenta de que sois dos extraños”
(Mary Tyler Moore)
En esta clase de pensamientos está el
punto de partida de la mayoría de conflictos interpersonales. Al esperar que
los demás se comporten de determinada forma les estamos negando el derecho a su
identidad. Además, al enfadarnos por estas diferencias obviamos algo muy
importante: ser o actuar de modo distinto a nosotros no tiene por qué ser
negativo.
Afortunadamente, cada persona tiene una
combinación única de defectos y virtudes. Podemos aceptar su singularidad y
sacar partido de las cosas buenas que nos ofrece o bien enrocarnos y señalar al
otro como enemigo.
“A veces debes conocer al otro realmente
bien para darte cuenta de que sois dos extraños” (Mary Tyler Moore)
En 2002, Byron Katie publicó un libro
orientado a acabar con la insatisfacción personal: Amar lo que es. Basado en
aceptar y reconocer el valor de lo que configura nuestro entorno, no se trata
de resignarse a lo que hay, sino de amar nuestras circunstancias para mejorar
desde ese punto de partida.
Esta autora norteamericana sostiene que
“la realidad es siempre más amable que las historias que contamos sobre ella” y
que cualquier enfado que tengamos con los demás es, en el fondo, algo de
nosotros mismos que nos molesta. Por eso mismo desearíamos cambiarlos, porque
resulta más fácil exigir la transformación del otro que la de uno mismo.
Convencida de que “lo que provoca nuestro
sufrimiento no es el problema, sino lo que pensamos sobre el mismo”, en su best
seller propone que la persona insatisfecha se entregue al “trabajo”, que
empieza con estas dos fases:
1. Plasmar en el papel lo que no nos
gusta. Tomar una situación o una persona que nos desagrada y especificamos
quién o qué provoca nuestra tristeza, qué es lo que no nos gusta y cómo debería
ser para que estuviéramos satisfechos.
2. Indagar en el problema a través de
estas cuatro preguntas:
a) ¿Es eso verdad?
b) ¿Tienes la absoluta certeza de que eso
es verdad?
c) ¿Cómo reaccionas al tener este
pensamiento?
d) ¿Quién serías sin él?
Byron Katie sostiene que ante un
pensamiento negativo solo tenemos dos opciones: o nos apegamos a él o indagamos
para comprenderlo. Esa última actitud y una relación constructiva con nuestro
entorno nos llevarán a un plano superior.
“Señor, concédeme serenidad para aceptar lo que no puedo cambiar, valor
para cambiar lo que sí puedo y sabiduría para reconocer la diferencia”(Reinhold Niebuhr)
Una anécdota que se menciona en los
talleres de superación personal tiene como protagonista a un violinista que en
pleno concierto en Nueva York vio cómo se rompía una de las cuatro cuerdas de
su violín. En lugar de detenerse, decidió adaptar la melodía a las otras tres
cuerdas, algo realmente difícil con este instrumento. Cuando le preguntaron por
qué había elegido esa opción, respondió: “Hay momentos en los que la tarea del
artista es saber cuánto puede llegar a hacer con lo que le queda”.
Sin duda, la realidad nos pone a prueba y
a menudo estamos expuestos a circunstancias indeseadas. La cuerda rota del
violinista tiene su equivalente, en la vida cotidiana, en situaciones con mucho
menos público, pero más dolorosas. En lugar de lamentar nuestra suerte, podemos
preguntarnos qué es lo que nos queda y qué podemos hacer para restablecer el
equilibrio en nuestra vida. Para que vuelva a sonar la música, no obstante, es
necesario aceptar las cosas como nos ha tocado vivirlas, ya que son un reto y
un aprendizaje. Al mismo tiempo, en lugar de buscar culpables, debemos aceptar
a los demás y no fijarnos en su cuerda rota, sino en las otras tres que siguen
sonando".
I tu? A que esperes a fer allò que realment vols?
Ja sabeu, podeu dir la vostra!!!!
Us desitjo que tingueu molt bona setmana!!!
I tu? A que esperes a fer allò que realment vols?
Ja sabeu, podeu dir la vostra!!!!
Us desitjo que tingueu molt bona setmana!!!
Cap comentari :
Publica un comentari a l'entrada