No és cap secret. Crec que tenim tots i totes el
convenciment que ens sentiríem més lliures sent un mateix, i per això sense
dubte necessitem fer allò que ens omple i saber dir no a allò que no ens aporta
res. No obstant això, aquest saber dir no en tots els àmbits en què ens movem
quan hi ha alguna cosa que no ens interessa, ens costa horrors. Comparteixo un
article del psicòleg Xavier Guix publicat a La Vanguardia i titulat Sólo hay
que atreverse.
“Nos cuesta decir que no porque tenemos en
cuenta a los demás. Si no fuera así, nos importaría bien poco distinguir entre
un sí y un no. Pero resulta que los demás nos importan más de lo que decimos
que nos importan. Tenemos en cuenta a los demás porque valoramos, y también
calculamos, los beneficios y los costes de cualquier relación. Un sí o un no
pueden cambiarlo todo. Una actitud muy humana es la de procurar influenciar en
la conducta del otro, sobre todo a nuestra favor. Es por eso que medimos los
efectos de nuestra conducta tanto verbal, como no verbal. Los problemas, por lo
general, suelen venir cuando por exceso de espontaneidad, o por no tener en
cuenta el contexto, el alcance y el clima de la relación, se dicen cosas que
favorecen el malentendido o las malditas presuposiciones.
Si medimos los efectos de nuestra conducta, no cabe
duda que la más inquietante es la negación. Consideramos, quizás
equivocadamente, que frustrar las expectativas de los demás es malo, feo, sabe
mal, nos hace quedar mal y crea una imagen egoísta de nosotros. No hay nada
peor que decir que no cuando lo que se espera es un sí clamoroso. ¿Qué es lo
que en realidad nos sabe mal? No poder cumplimentar el deseo que alguien ha
puesto en nosotros. Es como si se depositara una confianza que quedará rota por
nuestra negativa. Es como si le cortásemos el paso, como si le dejáramos
huérfano de sus ilusiones. Parece que causemos un disgusto.
No obstante, también nos resistimos al no porque no
sabemos cómo expresarlo, como decirlo sin que parezca una bofetada en toda la
cara. Nos cuesta afirmarnos a nosotros mismos. Nos cuesta incluso ser honestos
con nosotros mismos y con los demás. Nos cuesta mostrarnos en lo que somos y
vivimos. Nos cuesta, digámoslo claro, sostener la capacidad de decepcionar. Si
no somos capaces de aceptar la decepción, difícilmente lograremos un alto grado
de libertad personal. Porque al decepcionar no hacemos otra cosa que romper con
la imagen que se han creado de nosotros. Y, muy a menudo, el no atreverse a
decir no es porque evitamos la decepción ajena. Temer por esa decepción es
esclavizarse a ser la imagen construida de cómo deberíamos ser. Y hasta ahí
podríamos llegar. En su lugar, intentamos hacer piruetas lingüísticas de lo más
rebuscadas. En ese sentido, tiene razón el profesor Steven Pinker cuando afirma
que “cuando las personas hablamos nos andamos con rodeos, disimulamos mucho,
nos andamos por las ramas, titubeamos y adoptamos otras formas de vaguedad y de
segundo sentido. Todos lo hacemos y esperamos que los otros lo hagan también, y
al mismo tiempo decimos que añoramos hablar sin rodeos, que la gente vaya al
asunto y diga lo que quiere decir, así de sencillo. Tal hipocresía es un
universal humano. Hasta en las sociedades más francas, las personas no se
limitan a soltar lo que quieren decir, sino que ocultan sus intenciones en
diversas formas de cortesía, evasión y eufemismo”.
Abordar la dificultad en decir que no entraña un
ejercicio de transitar sobre dos raíles fundamentales: uno tiene que ver con
nuestros estilos comunicativos, faltados de eso que los ingleses llaman la
asertividad. El otro raíl es la dificultad en afirmarse a uno mismo. Y cuando
esto sucede significa que los mecanismos de seguridad y confianza personal
están bajo mínimos. Cuando uno está dispuesto a respetarse, a actuar
honestamente, a no temer decepcionar, a confiar en la capacidad de encontrar el
acuerdo con el otro, no teme tanto el afirmar como el negar. Cuando se procede
así, se produce el efecto contrario del temido: somos respetados por nuestra
decisión. Lo que fastidia es la duda, el rodeo y la mentira. La autenticidad
suele caer del lado del aprecio.
Vale la pena tener en cuenta lo siguiente: allá dónde
decimos no estamos abriendo nuevas posibilidades, sólo que lo hacemos negando
otras. Allá donde decimos que sí, aceptamos el mundo que se abre ante nosotros,
aunque dejamos de mirar otras opciones. Se trata de tomar partido, a sabiendas
que detrás de la elección se esconden posibilidades y a la vez renuncias. Sólo
que tenemos miedo. Nos gustaría no equivocarnos. Y también por eso procuramos
evitar posteriores sentimientos de culpa. Así, ensartados entre el miedo y la
culpa, cuesta afirmarse a uno mismo. Ante el problema de decir que no, tenga
presente los siete principios de la asertividad:
1. Puede hacerse respetar por los demás.
2. Reclame aquello que considere sus derechos.
3. Es imposible que todo el mundo le quiera.
4. Piense en usted positivamente.
5. No se deprima, actúe.
6. No se esconda de los demás.
7. Qué importancia tiene que salga mal, mientras se
haya afirmado.
No hay que temer la decepción si uno actúa con
dignidad. Es mejor tener pocas expectativas sobre uno mismo y los demás. Esos
son los atributos que anteceden a la persona sabia.”
Cap comentari :
Publica un comentari a l'entrada