Ser o tenir?
Abocats estem en la societat en què vivim a buscar el tenir més. Ens agrada
presumir del que posseïm sense pensar més enllà. Potser per que no ens hem
plantejat qui som o perquè "no tenim temps per a això", però segur
que no és una reflexió inútil plantejar-nos de tant en tant quins són els
valors que ens mouen en aquesta vida. Segur que la nostra vida tindria molt més
sentit.
Comparteixo un article del filòsof Francesc Torralba, titulat Más allá del poseer publicat fa uns mesos a La Vanguardia, en el què parla sobre el
tema.
"Ha llovido
mucho desde que Erich Fromm publicó Ser o tener, un ensayo profundo y riguroso
donde reivindicaba la cultura del ser frente a la cultura del tener. El
pensador humanista, heredero del mejor Freud y del mejor Marx, criticaba, con
ahínco, la sociedad de consumo, idólatra del tener. No fue el único. Los
filósofos de la Escuela de Frankfurt, Theodor Adorno y Max Horkheimer, también
criticaron, con convicción, una sociedad donde la razón instrumental lo regula
todo y donde se valora a una persona, a una institución o a un país entero por
su productividad o por su rentabilidad.
Luego, ya en la
primera década del siglo XXI, Gilles Lipovetsky desarma intelectualmente la
sociedad del hiperconsumo, donde todo se convierte en objeto de consumo, se
consume mucho más de lo que se precisa y donde se vincula estrechamente la
felicidad con la capacidad de poseer, de acumular, de gozar de bienes
materiales. Una felicidad que califica de paradójica porque sólo quienes tienen
capacidad para consumir pueden gozar, provisionalmente, de tal Estado de
bienestar, pero que causa más dependencia y más sed, en lugar de liberar. Es
evidente que el ser humano, para poder desarrollarse dignamente, necesita
consumir objetos, pero no está hecho para consumir. Más allá del Homo consumens
está el Homo sapiens, el Homo ludens, el Homo contemplans. Estamos hechos para
amar, para pensar, para gozar, para una pluralidad de actividades que
trascienden el poseer.
El singular
filósofo coreano afincado en Berlín Byung-Chul Han, una estrella emergente en
el panorama germano, también se ha pronunciado críticamente respecto de una
sociedad, la nuestra, fundada en el valor del rendimiento y en el binomio
explotación-consumo, donde vale más el que más produce, el que más consume, el
que más tiene, porque el destino final de esta mentalidad es la fatiga, la
sociedad del cansancio, el hastío existencial.
Frente a la
cultura del tener que provoca exclusión, discriminación y resentimiento, es
fundamental reivindicar la cultura del ser. Desde esta concepción, lo que hace
valiosa a una persona no es su capacidad de producir o de consumir, su poder
adquisitivo; es su ser, su naturaleza, el carácter único e irreductible de su
existencia, o, como repite el filósofo danés, Søren Kierkegaard, su unicidad.
La cultura del ser subraya la necesidad de desarrollar el talento oculto de cada
persona, activar sus posibilidades latentes para que pueda dar lo mejor de sí
misma a la sociedad. Esta tesis tiene su eco en la práctica educativa, pues su
objetivo no radica en preparar niños para ser consumidores, sino para ser
personas plenamente libres y responsables, capaces de aportar lo mejor de sí
mismas a la sociedad y de no renunciar jamás a su unicidad.
Desde la cultura
del ser, el fundamento de la felicidad no radica en el consumir; radica en la
donación de sí. Este movimiento, paradójicamente, colma a la persona, porque a
través de ella experimenta que su existencia no es estéril, que aporta valor a
la sociedad.
En la segunda
década del siglo XXI emerge un nuevo paradigma, una nueva mentalidad que
reacciona críticamente frente a esta cultura del tener que sólo causa
frustración y devastación ecológica. Desde este paradigma, se subraya el valor
del ser, el cultivo de cada ser humano, de su exterioridad y de su
interioridad, de sus cualidades corporales, pero también de sus facultades
internas, de la imaginación, la memoria, la voluntad y la inteligencia. En las
sociedades más desarrolladas emerge esta sensibilidad posmaterialista, hastiada
del hiperconsumo y de la hiperproducción, que atiende a valores personales
eclipsados durante décadas, que vela por forjar relaciones humanas de calidad y
que cuida el patrimonio cultural, artístico y natural.
La crisis
económica que sufrimos ha activado el interés por el tener, pues la lucha por
los bienes básicos para subsistir se ha convertido en la preocupación cotidiana
de muchos ciudadanos. Es lógico. No puede ser de otro modo. Aun así, es preciso
recordar que la cultura del tener no colma las aspiraciones más hondas del ser
humano. Garantiza, a lo sumo, el bienestar material, lo cual no es irrelevante
en los tiempos que corren, pero desde la cultura del tener no se atisba, ni
lejanamente, la felicidad, pues esta sólo se percibe cuando uno puede ser lo
que está llamado a ser, cuando puede dar a los otros lo que hay latente en su
naturaleza. Esto exige un profundo cambio de orientación en los modos de pensar
y de obrar, una revolución silente, pero tenaz, que relativice lo material y lo
sitúe en su justo lugar, para subrayar el valor de lo intangible. Desde la
cultura del ser, el capital espiritual más relevante de una sociedad son sus
ciudadanos, su potencial y su capacidad para innovar, para crear y para
transformar lo real."
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