És bo admirar a
algú de manera sana. Els motius poden ser diversos i cadascun sabrà aquest
perquè. Poden servir de referents als quals poder modelar, perquè segurament es
distingeixen per tenir alguna qualitat que nosaltres no tenim. No obstant això,
normalment caiem en aquesta admiració dirigida a persones que destaquen per la
seva intel·ligència o perquè han aconseguit l'èxit professional. L’ideal seria
modelar a aquelles persones del nostre entorn i no pel que tenen o fan sinó per
les seves qualitats admirables del ser.
Comparto un
artículo del filósofo José Antonio Marina publicado en La Vanguardia
y titulado Admiración.
"Admirar es
un sentimiento admirable y difícil. Detesto a quien no admira a nada ni a
nadie, y critico al que admira a quien no lo merece. Como todos los
sentimientos, este tiene su propia sabiduría, que consiste en ajustar bien el
sentimiento a su objeto. No es este el único caso. Lo que llamamos educación
sentimental pretende conseguir que tengamos los sentimientos adecuados a la
situación o a las características del objeto. A no sentir miedo ante lo que no
es peligroso o a no amar lo detestable, por ejemplo. El respeto es la respuesta
adecuada ante la dignidad. El cuidado es la actitud debida ante lo que es
valioso y frágil. La gratitud es el afecto despertado justamente por un favor
recibido. La compasión, el sentirse afectado por el dolor ajeno. La indignación
es la ira desencadenada por la injusticia o la humillación.
¿Y la
admiración? Es la sorpresa producida por la aparición de alguna cosa
extraordinaria. Los griegos pensaban que era el comienzo de la filosofía, y les
comprendo. Algo en la realidad intriga, atrae la atención, despierta el afán de
saber. En francés, la admiración tiene un matiz que por desgracia se ha perdido
en castellano, y que me gustaría saber si existe en catalán: “Sentimiento de
alegría y ensanchamiento del espíritu ante lo que se juzga excelente”. La
admiración es el reconocimiento de lo superior, sin envidia, ni mezquindad. Y
ese sentimiento me parece absolutamente necesario para el progreso de una
sociedad. Una sociedad incapaz de admirar, que se enroca en un desdén
universal, que sospecha de todo lo bueno que observa, carece de modelos que
emular, es ciega para la grandeza, y lo más probable es que se hunda en un
desprecio generalizado y suicida. Por supuesto, si la admiración se dirige a
quien no lo merece, a personajillos inflados por la fama, no es un sentimiento
bien ajustado y cooperará a la confusión. Ya sabemos que los sentimientos
pueden ser inteligentes o estúpidos.
Hay un peculiar
tipo de admiración desencadenado por el comportamiento de un ser humano. En
ella se fundó durante mucho tiempo la enseñanza moral. Es lo que Bergson llamó
la atracción del héroe, un sentimiento que en la actualidad ha caído en desuso.
Más aún, es visto con desconfianza porque se considera que va en contra de la igualdad.
“Nadie es más que nadie”, se suele decir. Y esto, que vale sin duda para
reclamaciones ante la ley, me parece mezquino cuando se aplica a todos los
órdenes de la vida. Contaba Ortega la historia de un monaguillo que no sabía
ayudar a misa y que, dijera lo que dijera el oficiante, siempre respondía:
“Bendito y alabado sea el Santísimo Sacramento del altar”. Hasta que, un poco
irritado, el sacerdote se volvió hacia él y le dijo: “Hijo mío, eso está muy
bien, pero no viene a cuento”. Pues algo parecido sucede con la reclamación de
igualdad. En unas cosas somos iguales, y en otras, no.
En los programas
para la Universidad de Padres, de los que tanto les he hablado, insisto mucho
en la necesidad de enseñar a los niños la admiración ante la excelencia. Tienen
que sentirse alegres ante el espectáculo de una vida lograda. Debemos
enseñarles a aplaudir lo bueno y a intentar emularlo. Una sociedad inteligente
necesita defender una igualdad de las oportunidades y una aristocracia del
mérito. Y una sana democracia defiende la igualdad, pero premia la
excelencia."
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