Benvinguts i benvingudes al blog! La primera
entrada del blog va dedicada a les emocions. Sense dubte, son les grans
desconegudes en el nostre creixement personal. Vull compartir una entrada del
meu blog Juega en equipo a on es parlava d'aquest tema...
"Gestionarse las emociones es complicado
en el día a día y en cualquier ámbito de nuestra vida. Está claro que nos
ocurren situaciones continuamente a las que en muchas ocasiones no sabemos como
responder y nos dejamos llevar por las emociones. El primer paso es conocer
cuales son las emociones básicas, su origen y lo que necesita cada una de ellas
para no reprimírselas. En segundo lugar deberíamos aprender ante que
situaciones solemos tener dichas emociones y aprender a no dejarnos llevar por
ellas y si tener presente que gestionárselas es posible.
Un último paso sería aprender a reconocer las
emociones en los demás, que vendría a ser aquello que en muchas ocasiones nos
cuesta horrores practicar: la empatía.
Comparto un artículo de Jenny Moix publicado
en El País Semanal de hace unas semanas, titulado ¿Qué delatan nuestras
emociones?.
"Todos hemos oído alguna vez comentarios
del tipo: “Soy una persona lógica, sé dejar las emociones a un lado y analizar
las situaciones objetivamente”. A Joseph LeDoux, uno de los más prestigiosos
neurocientíficos actuales, le parecería muy gracioso. Esta afirmación lleva
implícito el considerar la razón y la emoción como dos entidades totalmente separadas
que se pueden activar o desactivar a voluntad. Algo muy lejos de la realidad.
Ambas están más separadas en nuestra mente teórica que en nuestro tangible
cerebro. La interacción entre la parte encargada de las emociones (amígdala) y
la zona responsable del pensamiento racional (córtex) es constante, y las vías
que los unen, complejísimas. Además existen más vías de la amígdala hacia el
córtex que a la inversa, así que las emociones lo tienen muy fácil para influir
en nuestros pensamientos. La razón lo tiene más complicado para manejar al
“corazón”. A Antonio Damasio, otro gran neurocientífico, también le produciría
hilaridad. Él ha demostrado que si se seccionan las vías que van de la amígdala
(emociones) al córtex (razón), aunque la persona mantenga la inteligencia
lógica intacta, sus decisiones suelen ser erróneas. Nuestro cerebro necesita al
corazón para pensar.
Estos sentimientos no solo son imprescindibles
para tomar decisiones, planificar, reflexionar, sino que cumplen una función
clave para activar al organismo y para relacionarnos con los demás. Han ido
surgiendo a lo largo de la evolución con ciertas finalidades. Son una parte
esencial de nuestro software. Ser humano significa sentirlas. Obviedad que a
veces olvidamos. Al ver a alguien triste, rabioso, ansioso, casi como un acto
reflejo vamos a calmarlo, como si quisiéramos desactivar esa emoción. Sin
embargo, la alarma solo se nos debería disparar cuando alguno de esos
sentimientos se instala permanentemente dentro. Entonces sí que debemos dedicarnos
a descubrir qué nos está pasando.
"El día que yo nací, mi madre parió dos
gemelos: yo y mi miedo” Thomas Hobbes
Estamos en un Boeing 747, las sacudidas del
avión nos convierten en monigotes golpeados. El piloto anuncia un aterrizaje
forzoso. Todos estamos aterrados. En este caso, nuestro miedo dice poco de
nosotros, es algo casi instintivo y nada singular. Nos encontramos en una
reunión cuatro empleados con el jefe; este realiza un comentario sobre el
equipo. Uno siente rabia, el otro se siente culpable, el tercero experimenta
vergüenza y el cuarto entristece de repente. Aquí sí que nuestra emoción nos
puede dar muchas pistas sobre nosotros. Entre la situación y lo que ha
provocado en nosotros ha pasado algo; a veces puede ser algo consciente, un pensamiento
que ha cruzado nuestro cerebro. Otras veces, las rutas son más inconscientes,
el jefe pronuncia la frase y, como si hubiera apretado un resorte, sentimos
algo. Ese resorte es alguna creencia inconsciente que está allí sin que nos
demos cuenta de ella. Leer nuestras emociones nos ayuda a descubrir esas
creencias.
Vamos a centrarnos en algunas de las más
estudiadas: enfado, miedo, culpa, vergüenza y tristeza. Cada una de ellas se
activa apretando un botón diferente. En nuestro cerebro se encuentran esos
cinco botones. La sensibilidad de cada uno de ellos varía entre las personas.
¿Qué interruptor tenemos más sensible?
Enfado. Esta emoción se pone en marcha ante la
ofensa entendida como un agravio o ataque hacia nuestra persona o nuestros
allegados. En la época de nuestros ancestros, los que se enfadaban tenían más
probabilidad de sobrevivir que los que no. Somos hijos de los que se enfadaron,
por eso conservamos esa sensación. En nuestros días, esa agresividad ha
perdido, en muchas situaciones, el sentido. Gritar o pegar no suelen ser buenas
estrategias para afrontar lo que vivimos como una ofensa. Las personas que se
enfadan constantemente son las que lo interpretan todo como un ataque. Tienen
la tecla de la ofensa muy sensible y cualquier situación puede activar esa
rabia. En el caso de que sea el enfado lo que más nos caracteriza, deberíamos
preguntarnos por qué lo interpretamos todo como un ataque. ¿Quizá nos sentimos
inseguros de nuestro comportamiento? ¿Quizá nos valoramos poco? ¿Quizá partimos
de que a la mayoría de las personas les gusta atacar?…
Miedo. La percepción de peligro es lo que lo
activa. En los días de nuestros abuelos cavernícolas, el miedo se ponía en
marcha ante un animal peligroso, por ejemplo. Esa secreción de adrenalina
desencadenaba una serie de cambios fisiológicos para preparar el cuerpo para
atacar o huir. El corazón latía más rápido para que la sangre llegara con mayor
celeridad a la musculatura, la sudoración aumentaba para refrigerar, las
pupilas se dilataban para captar mejor la fiera que teníamos delante… Está
claro que venimos de los miedosos. Los valientes, los que no experimentaron
estas reacciones, murieron comidos por el depredador. Hoy día, en muchas
circunstancias, estas reacciones pierden el sentido. ¿Para qué sirve sudar
cuando contestamos un examen? Ese miedo ancestral que llevamos en nuestras
células explica por qué algunas veces parece que nos va la vida ante trajines
cotidianos. ¡Los problemas con el jefe, la pareja, los hijos… los vivimos como
si fueran un león a punto de comernos! Cuando alguien experimenta miedo, con
frecuencia es porque lo vive todo como amenazante. Si es ese nuestro caso,
deberíamos identificar el porqué. A veces se debe a que creemos que no tenemos
suficientes recursos o habilidades para afrontar la situación; otras, a que
cargamos todo con una elevada importancia, puede que veamos el mundo como un
lugar extremadamente hostil…
Culpa. La culpa aparece cuando hemos
trasgredido alguna norma, si no hemos actuado como creemos que hubiéramos tenido
que hacerlo. ¿Por qué apareció la culpa cuando todavía vivíamos en las cuevas?
Pues porque sin ella no hubiéramos podido funcionar bien como tribu. Las
“normas” optimizan el rendimiento grupal. Por tanto, un sentimiento negativo al
transgredirlas impedía o disminuía la probabilidad de que ese comportamiento
(que no favorecía al grupo) se volviera a repetir. Ese sentimiento hoy lo
conservamos aumentado. La presión social. La imposición de nuestra tribu es
enorme. Si al mirarnos vemos que es la culpa el sentimiento que más nos
acompaña, es sin duda porque damos una extrema importancia a todas las normas
sociales. Tanta que dejan de ser sociales y pasan a ser personales.
Autoexigencias. La sociedad empieza por domesticarnos, pero acabamos
autodomesticándonos. Detectar que lo que vivimos como normas impuestas son en
el fondo autoexigencias es uno de los pasos más gigantescos que podemos dar
para superar la culpa.
Vergüenza. La vergüenza la sentimos cuando
creemos que hemos fracasado, que no hemos actuado de la forma ideal. La persona
que siente vergüenza es la que carga con una gran mochila de ideales. Ideales
sobre cuál debe ser el peso, la forma de vestir, el coche, el comportamiento en
actos sociales… Si somos de los que experimentamos esta emoción frecuentemente,
convendría analizar esos paradigmas y bajarlos de allá arriba. El mejor
antídoto es la aceptación de la realidad tal cual es. Los ideales, si son
demasiado altos, lo único que provocan es frustración y vergüenza.
Tristeza. La tristeza se presenta al valorar
lo que nos pasa como una pérdida. Cuando estamos tristes, nuestras energías
disminuyen, paramos, vamos más lentos, nos cobijamos, no queremos
relacionarnos, nos retraemos. El hecho de parar y no actuar sin más ayuda a la
reflexión, a entender, a procesar lo que nos ha pasado. La tristeza, como el
resto de las emociones, fue útil y lo sigue siendo, pero, como siempre, no en
todas las circunstancias y no cuando se vuelve sentimiento permanente. Si la
pena es nuestra compañera constante, debemos preguntarnos por qué valoramos lo
que nos sucede como una pérdida. ¿Es una pérdida o simplemente un cambio
natural en el río de la vida?"
I tu? Et gestiones les emocions en el dia a
dia? Com ho fas? Tens estratègies?...
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